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La educación de la inteligencia espiritual no debería compararse con la transmisión de un saber, el trasvase de unos contenidos, sino que debería concebirse como un conjunto de actividades que suscitan y despiertan el sentir espiritual. En este sentido, el educador debería prepararse, no tanto para ser un mero transmisor de contenidos, sino para ser un auténtico facilitador de experiencias.